22 abril 2008

IDENTIDAD RESTRINGIDA

Artículo
MAURIG, ADRIÁN

Algunos dicen ser libres, decididos e independientes. Otros, en cambio, buscan la libertad por caminos que la sociedad marca como “correctos”. Sin embargo, éstos no dejan de ser alienantes, dependientes y coercitivos. Es por eso que la identidad de los argentinos y de la mayoría de los seres humanos está marcada por una fuerte dosis de coacción y cubierta por una manta de mandatos, imposiciones y principios impartidos por una educación que se transmite de generación en generación. Educación de la que ningún ser social puede escapar.
El hecho social, un factor determinante.
Según Emile Durkhein es hecho social toda manera de hacer, fija o no, susceptible de ejercer sobre el individuo una coacción exterior; o también que es general dentro de la extensión de una sociedad dada a la vez que tiene una existencia propia, independiente de sus manifestaciones individuales. Entonces, por definición, la coacción debe ser exterior y la exterioridad es una propiedad distintiva del hecho social. Por ejemplo, cuando un individuo cumple sus funciones de padre, esposo, o ciudadano, ejecuta los compromisos que ha contraído lleno de deberes que son definidos, fuera de sí y de sus actos, en el derecho y en las costumbres. Aun cuando están de acuerdo con sus propios sentimientos y sienta interiormente su realidad, ésta no deja de ser objetiva; porque no es él quien los ha hecho, sino que los ha recibido por medio de la educación. Del mismo modo ocurre con el sistema de signos que se utiliza o la religión, si existían antes que el individuo es porque existían fuera de él.
Pero la objetividad no es el punto de discusión, por el contrario, se intenta develar si la identidad de los sujetos siempre va a estar dada por coacción. Es decir, si necesariamente el individuo se va a formar como tal a raíz de imposiciones -a las que él puede adherir o no- signadas por la educación recibida; ó si es posible construir una identidad, verdaderamente única, en la que la dosis de coacción permanezca a un costado y su intervención en la personalidad del sujeto sea una elección y no una imposición.
En este sentido, el hecho social ejerce una coacción sobre el individuo y sin duda, cuando éste está completamente de acuerdo con ellos, esta coacción no se hace sentir o lo hace levemente. Pero no deja de ser un carácter intrínseco de estos hechos, y la prueba es que ella se afirma desde el momento en que se intenta resistir. Ya sea que se manifieste como pena legal o condena moral, entre ambas no existe sino una diferencia de grado y de consolidación. Incluso si se logra evitar la pena o la condena, el esfuerzo que requiere hacerlo es prueba suficiente de su existencia.
Una experiencia sencilla mediante la cual puede confirmarse lo descrito es observar la educación de un niño. Se le impone desde que es bebé formas de vivir, de pensar, de hacer y de hablar. Aunque, con el tiempo, deja de sentirse esta coacción, es ella la que da poco a poco nacimiento a costumbres, a tendencias internas que la hacen inútil, a su identidad, pero que no la reemplazan porque se derivan de ellas. Es por eso que la educación tiene cabalmente por objeto hacer al ser social. Esta presión de todos los instantes que sufre el niño es la presión misma del medio social que tiende a formarlo a su imagen y semejanza, siendo los padres y los maestros nada más que sus representantes e intermediarios.
De esta manera, tanto el rol de la familia –entendiéndose que a la familia también la forman un conjunto de individuos más allá de los lazos sanguíneos- como el de la comunidad escolar en la conformación de la identidad de un individuo son el sustento y principio de existencia de la coacción. Aunque no se podría decir que son el origen de esta última, debido a que sería como preguntarse qué está primero, si el huevo o la gallina. Pero, siguiendo con el razonamiento, en la medida en que los padres y/o docentes de un sujeto profundicen en la imposición de una educación, será en la medida en que el sujeto vaya, progresivamente, construyendo una identidad marcada por una fuerte cuota de coerción. Además, dicha identidad –de alguna manera- va a estar impregnada de ciertos rasgos de la identidad de sus padres como así también del resto de los argentinos y el mundo. Esto ocurre debido a que la costumbre de criar a los seres humanos en el seno de una familia y por ende formarlos con distintos principios aceptados universalmente, es una tradición que se hereda y se trasmite de ancestralmente.
La coacción en la vida política.
En la República Argentina, cada uno de los ciudadanos –mayores de 18 años- son acreedores del derecho y, al mismo tiempo, la obligación de elegir a sus representantes a través del sufragio para garantizar la conformación de los poderes y de un Estado “democrático”. De igual manera, están protegidos y a la vez restringidos por la Constitución Nacional. Pero, ¿hasta qué punto un individuo es libre de elegir a quién desea como gobernante?. El sujeto, ¿actúa por coacción a la hora de votar?. La Carta Magna argentina, ¿no es otro factor más que influye en la identidad de cada ciudadano al obligarlos a hacer o no determinadas cosas?.
Para el profesor Avelino Manuel Quintas, de la “Libera Università Internazionale degli studi Sociali” de Roma, la coacción no crea ninguna obligatoriedad. Esta observación adquiere particular relevancia cuando se la proyecta sobre el deber de obediencia al derecho y a la obligación política. Porque para evitar que tal deber responda al hecho empírico de la coacción se requiere apelar a su fundamentación moral. Según Quintas, “si las obligaciones jurídicas y políticas se derivasen sólo de las leyes y de la coacción, tendría que haber una ley que dijese que debemos obedecer la ley. En cambio, si hay alguna obligación de obedecer la ley, debe ser en última instancia una obligación moral”.
Sin embargo, en cuanto al sufragio hay que decir que posee tres características principales: es secreto, universal y obligatorio. Sí, el voto popular es obligatorio. ¿Acaso esta obligatoriedad no es coacción?. Esta particularidad del voto, ¿puede ser considerada, solamente, una obligación moral como afirma Quintas?. Sin dudas, la aplicación del término coacción se presta a interminables contradicciones. Tal es así que aquél que decide hacer uso de su libertad y no ir a votar, es sancionado. Es castigado por tratar de actuar libremente. Es multado por cuestionarse sobre situaciones y apelar a su sentido crítico. En definitiva, se reprime a todo ciudadano que intente sacarse la venda de los ojos y forjar su propio destino, su propia identidad. Es por eso que la coacción jurídica y política en tanto coacción obliga de la misma manera como la pistola del bandido "obliga" a su víctima.
La televisión como herramienta coactiva y formadora de identidades. La función del periodismo.
Desde sus orígenes, ya hace más de 70 años, la televisión ha producido un gran avance en materia de comunicaciones. Además, cumplió –y aún lo hace- el importante papel de transmisor de culturas que hace unas cuantas décadas parecía impensable. Sin embargo, no todo es color de rosa porque la televisión o la “caja boba” –como algunos curiosamente la llaman- es otro elemento que se suma a la lista interminable de factores coactivos que inciden en la identidad de los individuos.
Un ejemplo de esta incidencia de la televisión sobre los sujetos la encontramos en el periodismo. Según Pierre Bourdieu, “en el campo del periodismo, la televisión ejerce una coacción terrible. Es la televisión la que define el juego: los temas de los que hay que hablar, qué personas son importantes y cuáles no”. Es por eso que la relevancia de los temas tratados por el medio audiovisual la determinan los periodistas y/o la empresa a la que responden. De esta manera, quedan fuera del círculo informativo -al que accede la sociedad- cuantiosos temas verdaderamente importantes. En cambio, si estos últimos estuvieran al alcance de la masa, seguramente, aportarían a la conformación de un individuo con sentido crítico sin restricciones y una identidad propia y verdadera con una menor dosis de coacción en sus conductas. En este sentido, los sujetos tendrían la oportunidad de construir una visión del mundo más imparcial y cercana a la realidad.
No obstante, la televisión -como puente transmisor de coacción y alienante para el mismo periodismo- también está ella misma alienada puesto que, parafraseando a Bourdieu, vive muy particularmente sometida a las imposiciones directas del mercado. Lo mismo ocurre en el universo científico, en efecto, “hay mecanismos sociales que obligan a los sabios a comportarse moralmente, sean ellos "morales" o no. El biólogo que acepta dinero de un laboratorio para escribir una publicación sin ningún valor... Hay una justicia inmanente. Aquel que transgrede ciertas prohibiciones, pierde. Se autoexcluye, se desacredita”.
La historia sin fin.
Sin lugar a dudas, para muchos tener una identidad no significa más que poseer un nombre y un apellido, y ser conocedores de su historia, es decir, saber de dónde vienen. Por este motivo, es que cada uno de los seres humanos no es consciente de que las conductas que adopten a lo largo de sus vidas también forman parte de su identidad como así también de su personalidad. Si bien, dichas conductas son casi en un cien por ciento aprehendidas y además, muchas de ellas son meramente mandamientos casi inquebrantables seguidos, casi sin solución de continuidad, por premios o sanciones -en el caso de quebrantarlos-, es posible modificarlas. En el caso de hacerlo, sería el principio de la verdadera guerra de la independencia de los argentinos y el mundo. Batalla en la que el enemigo es uno mismo.
Pero, ¿los seres humanos saben lo que significa vivir en libertad?, ¿están preparados para hacerlo?, ¿podrán, algún día, adoptar conductas y formas de ser que respondan a sus propios intereses y no a imposiciones cargadas con una fuerte dosis de coacción?. En fin, después de tantos cuestionamientos este humilde aspirante a periodista no puede ser hipócrita y debe confesar que en este preciso instante está actuando por coacción al no responder estas preguntas. Esto ocurre, porque sabe que si se excede de las cinco páginas no aprobará su examen final de Redacción Periodística III (independientemente de otros factores que lleven a no hacerlo). Y, además, porque es consciente de que si así lo hiciera estaría infringiendo una exigencia –previamente impuesta- y en consecuencia vendría la represión. Es así que, lamentablemente, la problemática de la “falsa identidad” de los terrestres seguirá siendo una historia sin fin.
Ref. : Emile Durkhein.
Avelino Manuel Quintas.
Pierre Bourdieu.


MAURIG, ADRIÁN
Estudiante de 3º año de la carrera
Comunicación Social

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