Cuenta Toquinho que esa canción la compuso junto al magnífico Vinicius durante el verano del año1971, en Brasil. Años duros para los brasileros, años de dictadura militar. Y cuenta Toqhuinho que en medio de la dura represión y censura absoluta se encontraban vedadas cualquier tipo de manifestaciones artísticas, populares.
La gente tenía miedo y mucha gente, además, se sentía hastiada. Entonces ellos componen esta canción que encierra un insulto, una provocación, una insolencia… en fin, unas cuantas malas palabras juntas, que tomaron prestadas del portugués africano, más una cuota de imaginación: “A tonga da mironga do kabuleté”
Y la repiten una y otra vez, dejan salir la bronca aunque más no sea a través de palabras inventadas, pero cargadas de significante y pretensión.
Hace un año docentes de nuestro país buscaron las calles, otra vez, para depositar allí su legítimo reclamo. ¿Por qué? Porque el gobierno no remunera ni trata a los docentes, de todo el país, con la debida atención. Y sabemos que las consecuencias de que un país no considere con prioridad a la educación son nefastas, para comenzar.
Docentes mal pagos, escuelas en precario estado edilicio, titularizaciones que se demoran indefinidamente, desprecio general hacia el trabajo docente, programas curriculares teñidos de la ideología del “no te metas”, “por algo será”, “pobres siempre hubo (y siempre habrá)”
¿Y el docente qué debería hacer y qué hace ante todo esto? Él, que tiene en sus manos la educación (nada menos) de los futuros ciudadanos y dirigentes de nuestro país, que forma parte como un eslabón en una compleja y riquísima cadena de enseñanzas y aprendizajes, el docente, algunos docentes, observan con sentimientos que rayan la impotencia cómo la escuela padece y expone con alevosía la decadencia, la desidia intencionada de la dirigencia política, y muchas veces la nuestra propia. La nuestra como sociedad.
Con resignación, a veces, reaccionan los docentes, otras, eligen salir a reclamar.
Un sueldo que huele a conformismo, un maltrato continuo y coyuntural, los saca a las calles. Se vuelven públicos, evidentes, certeros, ostensibles, al fin.
Y reclaman por nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros sobrinos, por los que mañana estarán al frente, los que mañana habrán de tomar las decisiones que definirán el rumbo del país. Me pregunto entonces, que haría yo en ese lugar, qué haríamos y qué hacemos nosotros como sociedad. ¿Nuestra actitud es de resignación, de reclamo, de lucha? A lo mejor pensamos: yo trabajo en tal lugar, y me explotan, o manejo un taxi, o soy dueño de un pequeño negocio, o vendo diarios en los semáforos, o soy carpintero... y a mí también me ignoran, me pasan por encima, me desprecian, me roban, yo también me siento maltratado por alguien, por muchos .Entonces viene corriendo la pregunta: ¿y que hacemos con eso?, ¿lo mandamos al estómago para que le haga compañía a los somníferos?, ¿lo cuestionamos?, ¿nos importa realmente o cierta comodidad, cierta seguridad económica nos calla, o cierta obsecuencia desdeña cualquier reclamo, o cierta xenofobia nos impide reconocernos en el otro, o cierta apatía nos tiene adormecidos?
Qué difícil desentrañarnos como sociedad. ¿Serán utopías? ¿Todo es una gran quimera?
Por un reclamo de estos salieron los docentes neuquinos, un día como hoy, hace exactamente un año.
Y alguien, un cobarde, un obsecuente, un asesino, disparó un gas lacrimógeno a metros del cuerpo de Carlos Fuentealba y lo manchó con sangre, y manchó también las manos de sus compañeros que lo auxiliaron, y las manos de cada uno de nosotros que ante la noticia nos sostuvimos la cabeza, incrédulos de lo que estábamos escuchando.
Hace un año veíamos banderas que gritaban y aún hoy deben seguir gritando: “Las tizas no se manchan con sangre”.
Y me brota la tristeza… y la bronca. Y quiero decir muchas malas palabras juntas
Una y otra vez: a quien disparó, a quien dio la orden, a quienes intentan seguir sometiendo a un pueblo ya bastante sumiso: váyanse a la tonga da mironga do kabuleté.
Mariana Steckler - Estudiante
3º año de la Carrera Comunicación Social.
Instituto Superior Nº 12
La gente tenía miedo y mucha gente, además, se sentía hastiada. Entonces ellos componen esta canción que encierra un insulto, una provocación, una insolencia… en fin, unas cuantas malas palabras juntas, que tomaron prestadas del portugués africano, más una cuota de imaginación: “A tonga da mironga do kabuleté”
Y la repiten una y otra vez, dejan salir la bronca aunque más no sea a través de palabras inventadas, pero cargadas de significante y pretensión.
Hace un año docentes de nuestro país buscaron las calles, otra vez, para depositar allí su legítimo reclamo. ¿Por qué? Porque el gobierno no remunera ni trata a los docentes, de todo el país, con la debida atención. Y sabemos que las consecuencias de que un país no considere con prioridad a la educación son nefastas, para comenzar.
Docentes mal pagos, escuelas en precario estado edilicio, titularizaciones que se demoran indefinidamente, desprecio general hacia el trabajo docente, programas curriculares teñidos de la ideología del “no te metas”, “por algo será”, “pobres siempre hubo (y siempre habrá)”
¿Y el docente qué debería hacer y qué hace ante todo esto? Él, que tiene en sus manos la educación (nada menos) de los futuros ciudadanos y dirigentes de nuestro país, que forma parte como un eslabón en una compleja y riquísima cadena de enseñanzas y aprendizajes, el docente, algunos docentes, observan con sentimientos que rayan la impotencia cómo la escuela padece y expone con alevosía la decadencia, la desidia intencionada de la dirigencia política, y muchas veces la nuestra propia. La nuestra como sociedad.
Con resignación, a veces, reaccionan los docentes, otras, eligen salir a reclamar.
Un sueldo que huele a conformismo, un maltrato continuo y coyuntural, los saca a las calles. Se vuelven públicos, evidentes, certeros, ostensibles, al fin.
Y reclaman por nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros sobrinos, por los que mañana estarán al frente, los que mañana habrán de tomar las decisiones que definirán el rumbo del país. Me pregunto entonces, que haría yo en ese lugar, qué haríamos y qué hacemos nosotros como sociedad. ¿Nuestra actitud es de resignación, de reclamo, de lucha? A lo mejor pensamos: yo trabajo en tal lugar, y me explotan, o manejo un taxi, o soy dueño de un pequeño negocio, o vendo diarios en los semáforos, o soy carpintero... y a mí también me ignoran, me pasan por encima, me desprecian, me roban, yo también me siento maltratado por alguien, por muchos .Entonces viene corriendo la pregunta: ¿y que hacemos con eso?, ¿lo mandamos al estómago para que le haga compañía a los somníferos?, ¿lo cuestionamos?, ¿nos importa realmente o cierta comodidad, cierta seguridad económica nos calla, o cierta obsecuencia desdeña cualquier reclamo, o cierta xenofobia nos impide reconocernos en el otro, o cierta apatía nos tiene adormecidos?
Qué difícil desentrañarnos como sociedad. ¿Serán utopías? ¿Todo es una gran quimera?
Por un reclamo de estos salieron los docentes neuquinos, un día como hoy, hace exactamente un año.
Y alguien, un cobarde, un obsecuente, un asesino, disparó un gas lacrimógeno a metros del cuerpo de Carlos Fuentealba y lo manchó con sangre, y manchó también las manos de sus compañeros que lo auxiliaron, y las manos de cada uno de nosotros que ante la noticia nos sostuvimos la cabeza, incrédulos de lo que estábamos escuchando.
Hace un año veíamos banderas que gritaban y aún hoy deben seguir gritando: “Las tizas no se manchan con sangre”.
Y me brota la tristeza… y la bronca. Y quiero decir muchas malas palabras juntas
Una y otra vez: a quien disparó, a quien dio la orden, a quienes intentan seguir sometiendo a un pueblo ya bastante sumiso: váyanse a la tonga da mironga do kabuleté.
Mariana Steckler - Estudiante
3º año de la Carrera Comunicación Social.
Instituto Superior Nº 12
Me gustó el artículo, muy bien redactado, además. ¡FELICITACIONES, MARIANA! =)
ResponderEliminar(una año después, jaja)